jueves, 10 de noviembre de 2011

la fuerza

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Dígame. Con la mayor precisión posible. Cómo es.
Le digo. La piel - estrecha. Y en el cuerpo algo parece girarle -sobriamente- como un astro - a la altura del esternón. Tiene una batalla clavada -mejor dicho, es- una batalla clavada -mejor dicho, es- tantos hombres clavados a una batalla clavada a la altura del esternón. Y conoce el vocabulario sencillo - veintisiete sinónimos de luz - el tú y el ellos - las cosas que se afean rápido - algo de náusea - el tiempo y su difusa hostilidad.
Yo le miro sepultado entre tanta palabra que le lanzan - tanta palabra hueca sobre tanta palabra hueca sobre tanta coraza hueca que esconde al animal diminuto que desesperadamente se busca.
Por qué no te basta -le digo- por qué no es suficiente motivo el hollín el caldo oscuro de los huesos ese poso negro que dejas al caminarte -más que caminarte, vagar, puntualizo-. Debería ser suficiente -un- amanecer desde la sangre, vivir -un día- en verdadera verticalidad, con el sol cayendo en vertical sobre un yo -si quiera- cierto, un yo -si quiera- puro. Un yo. Y no esa maraña que vistes, con esa boca grande que siempre te está tapando, esa boca grande donde mueres y mueres y mueres porque es allí - en la saliva caliente - allí - donde te encuentras contigo - y te odias.
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Y. Dígame. ¿Qué piensa de la fuerza? ¿Cómo vive esa criatura que -más que vivir- se padece?
Le digo. Mal. Tiene el cuerpo abombado de tanto equivocarse. Creció pensando que la fuerza era un país muy frío - muy alto - donde las cosas se dicen con fuego y donde todos -pensaba- absolutamente todos los que allí viven - pueden llamarse reyes.
Preparó su viaje durante semanas -guantes, bufanda, maleta de piel y víscera, veneno-.
Y un buen día empezó a cargar sobre su cuerpo uno dos tres cuatro cinco -seis- animales mitológicos que rugían y no dejaban de moverse y -no se sabía si- se apareaban con fervor - o se estaban matando.
Ese día comenzó a arrastrar las manos. Primero -un poco- como si pronunciara la tierra con la punta de los dedos. Después - los brazos se le acabaron hundiendo hasta los codos.
Pensé, le caen como si quisieran marcharse de su cuerpo, como si fueran sus manos -curiosamente, sus manos- las que hubieran atisbado -si quiera- un centímetro de verdad: la fuerza no es una casa incendiada. La fuerza no es mirar desde el púlpito - desde el arco triunfal - a la legión de cuerpos sumisos - doblegados. La fuerza no es el país oscuro al que has rendido - durante tantos años - culto doliente - rodillas en tierra.
La fuerza no es- el amor no es- la familia no es- una casa incendiada. Entiende. La fuerza -no supiste verlo- la fuerza la fuerza la fuerza -la fuerza- estaba justo delante de ti: la callada resistencia - el ojo del pez - tan redondo - tan blando - que no sabías si lloraba o estaba ausente - como ido - riendo - desde otro lugar. Y tú cargando -tonto- tanto abrigo -tonto- tanta maleta prestada. Y luego, la sangre. Ya sabes hacia dónde voy. La-sangre. Esa sangre que se te bombea sola y tú no sabes de dónde viene pero sientes que hay algo así como una farsa que te sigue, una niebla que te hace no estar - verdaderamente - en ningún sitio - desde hace años -, y empiezas a sospechar que algo tiene que ver con la sangre -sí- con esa sangre que se te bombea sola como un animal ofuscado y sabe a óxido y te llena la boca de arena y te repite nombres -nunca el tuyo- siempre gritando. Y te das cuenta de que no es -exactamente- la sangre - lo que se dice, propiamente, sangre - humor circulatorio, líquido teñido de pigmento hemoglobínico-, no. Si te fijas -con cuidado- te das cuenta de que son pequeños cuerpos magullados, como entrañas apiladas -carne muerta- con nombres y con ojos familiares.
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Y en la inmensidad del rojo, ves -flotando- un trono.
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No, es una tumba.
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Y en la inmensidad del rojo, ves brillar la balaustrada del discurso que flota lejos -tan hermosa-.
Tantos años mirándola desde abajo, con la boca grande como queriendo apresarlo todo - no vaya a ser que -.
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Y entonces - como si alguien pulsara una tecla -no tú, que tienes las manos hundidas en el suelo- como si alguien pulsara una tecla -entonces- el pez - la sangre - el animal ofuscado - el pez el barro la palabra hueca - el pez la farsa la maleta prestada - el pez. Sí. El pez. Y su callada resistencia. Y su ojo tan blando. Tan redondo. Donde alcanzas a ver -pequeño- el país de la fuerza -ahora sí- el país de la fuerza. Sin casa incendiada. Ni batalla clavada en el pecho. Ni vocabulario sencillo. Ni náusea. Sí. Un lugar con un centro. Y un yo. Y un animal diminuto que -espera- parece -al fin- estar encontrándose.
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foto: bárbara butragueño 2014

4 comentarios:

Neorrabioso dijo...

Grande

Proyecto Fake dijo...

De acuerdo cvon Neo. Firmado: Mr Smth

Andreas Selvi dijo...

Qué bien tenerte de nuevo por aquí.
Dices: "... tantos hombres clavados a una batalla clavada a la altura del esternón..." y toda la historia de la humanidad fluye como un torrente hacia el infinito en esa frase. Fuerza, dolor y belleza.
Un beso

Ray Haller dijo...

Me ha parecido genial en un nivel por encima del literario. Lo digo desde la sangre, o mejor, desde el ojo de pez. Es uno más de esos textos tuyos que para ti son como plantas y para mí son como mapas de mi propio devenir. Ahora me siento menos perdido (y menos solo también). Por eso, muchas gracias.